Benjamín Blanco
Conozco mujeres iguales que no se parecen en nada,
que andan por la vida machacando historias
con desprecios y sonrisas,
caminando por las calles esperando alguna buena noticia,
que creen que se enamoran en cada esquina, y luego que no,
que nunca se han enamorado,
que eso quizás no es para ellas.
Algunas han parido, con más o menos dolor,
pero han parido, una, dos, tres, todas las veces
que ha sido necesario.
Una se llama Resignación, otra se llama Esperanza,
por ahí camina en estos días Confusión,
mientras Experiencia solo mira desde su ventana.
No se puede dejar de mencionar a inocencia,
que ya vieja no se encuentra con ella misma,
que mil veces ha traicionado a su propio nombre,
pero que sigue siendo ella, con todas sus letras.
De segundo, todas ellas llevan por nombre Soledad,
no por propia voluntad,
es que un cura de esos tristes
así las ha bautizado.
Y sienten como locas, y lloran a veces,
tiran cuando pueden, y quieren,
no dicen te amo por miedo al silencio,
al propio silencio.
Se miran todas las mañanas al espejo,
y luego en todas y cada una de las vitrinas,
y en el fondo se gustan,
el mundo se las pierde.
Se tienden todas las noches en su cama,
tapadas hasta las orejas,
y su nariz es un periscopio
que apunta a un libro, a la tele,
al techo, a sus hijos.
Sueñan a veces con manos firmes pero tiernas,
con besos en el cuello, con abrazos interminables,
y a veces les llegan, otras no,
y no importa una mierda.
En la vida no luchan, arrasan,
no caminan, vuelan,
y de vez en cuando se ríen,
con la boca, con los ojos, con el alma
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